Esiquio, originario de Cesárea, en Capadocia, acababa de casarse, cuando Juliano el Apóstata, que iba de paso a Antioquía, se detuvo en aquella ciudad. El emperador se asombró al ver que casi todos los habitantes eran cristianos y montó en cólera cuando le informaron que acababan de destruir el templo de la diosa Fortuna. A todos los que creyó autores de tal acto los condenó a muerte o al exilio. Según el historiador Sozomeno, Esiquio se encontraba entre esos mártires y pereció en el año 362.
El Apóstata ordenó a los habitantes que reconstruyeran el templo arrasado; pero en lugar de obedecerle, levantaron una iglesia al verdadero Dios, bajo la advocación de San Esiquio. Ocho años más tarde, San Basilio de Cesárea, celebró la fiesta del santo mártir, el 9 de abril, y convocó a ella a todos los obispos del Ponto.
Al nombre de Esiquio está asociado el de Dámaso.




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