Cuando el bienaventurado patriarca Alejandro yacía en su lecho de muerte, los fieles, lamentándose, le preguntaron a quién dejaría para sucederle como archipastor del rebaño de Cristo. Entonces, el enfermo Patriarca les dijo: «Si queréis tener un pastor que les enseñe y cuyas virtudes les iluminen, escoged a Pablo; pero si queréis un hombre adecuado que os sirva de figura de cabecera, escoged a Macedonio». El pueblo escogió a Pablo. Esto fue inaceptable para los herejes arrianos y para el emperador [de Oriente] Constancio, que estaba entonces en Antioquía; así que Pablo fue rápidamente depuesto, y huyó a Roma junto a san Atanasio el Grande. Allí, tanto el papa Julio como el emperador [de Occidente] Constante les dieron una cálida bienvenida y vindicaron su ortodoxia. El Emperador y el Papa enviaron cartas que reinstituían a Pablo en su trono episcopal, pero tras la muerte de Constante, los arrianos se levantaron de nuevo y exiliaron al patriarca ortodoxo al Cúcuso, en Armenia. Un día, mientras Pablo celebraba la Divina Liturgia en su exilio, fue atacado por los arrianos, quienes lo estrangularon con su propio omoforio. Esto sucedió en el año 351 d. C. En el 381, durante el reinado del emperador Teodosio, sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla; y en 1236 a Venecia, donde aún reposan. Sus bienamados sacerdotes y secretarios, Marciano y Martirio, sufrieron poco después de su Patriarca, el 25 de octubre del 335.




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