Eustacio era un gran líder militar en tiempos de los emperadores Tito y Trajano. Aunque era pagano, Plácido (pues este era su nombre pagano) era un varón justo y misericordioso, tal como el centurión Cornelio, que fue bautizado por el apóstol Pedro (cfr. Hechos 10). Yendo de caza un día, encontró un ciervo. Por la providencia de Dios, una brillante Cruz apareció entre la cornamenta del ciervo, y Plácido escucho la voz de Dios diciéndole que fuese a un sacerdote cristiano para ser bautizado. Plácido fue bautizado junto a su esposa y a sus dos hijos. En su bautismo recibió el nombre de Eustacio, su esposa el nombre de Teopista, y sus hijos los nombres de Agapio y Teopisto. Después de su bautismo, regresó al lugar en el que ocurrió la revelación a través el ciervo, y dio gracias a Dios de rodillas por haberlo traído a la verdad. Entonces escucho de nuevo la voz de Dios, anunciándole que habría de sufrir por su nombre, y fortaleciéndole. Entonces Eustacio dejó Roma secretamente junto a su familia con la intención de esconderse entre gente sencilla, y de servir a Dios humildemente como desconocidos. Al llegar a Egipto fue inmediatamente asaltado por pruebas: un malvado bárbaro raptó a su esposa, y sus dos hijos fueron atrapados por bestias salvajes. Mas el bárbaro pronto llegó a un mal fin, y un pastor salvó a los muchachos de las bestias salvajes. Eustacio se estableció en el pueblo egipcio de Vadisis, viviendo allí como un trabajador a sueldo por quince años. Después de esto, los bárbaros cayeron sobre el Imperio romano, y el emperador Trajano se lamentaba de que no estuviese junto a él su valiente comandante Plácido, que había sido victorioso doquiera que había luchado. El Emperador envió a dos de sus oficiales a buscar al gran general a través del Imperio. Por la providencia de Dios, estos oficiales (que habían sido amigos de Eustacio) llegaron a este pueblo de Vadisis, y hallándole, lo llevaron ante el Emperador. Eustacio congregó a todo el ejército y venció a los bárbaros. Yendo de regreso a Roma, Eustacio buscó a su esposa e hijos. Al llegar a Roma, el emperador Trajano había muerto y emperador Adriano estaba ya en el trono. Cuando Adriano ordenó que Eustacio sacrificase ante los ídolos, Eustacio le dijo que era cristiano. El Emperador lo entregó a la tortura junto a su esposa y sus hijos. Cuando las bestias salvajes no le hicieron daño alguno, los arrojó a un buey de metal calentado al rojo vivo. Sacaron sus cuerpos al tercer día, muertos, pero intactos por el fuego. Así este glorioso general dio a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios (cfr. San Mateo 22:21), entrando al Reino eterno de Cristo nuestro Dios.
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