La santa Virgen María nació de padres ancianos, Joaquín y Ana. Su padre era de la tribu de David y su madre de la tribu de Aarón, así que era de sangre real por parte de padre y de sangre sacerdotal por parte de madre. De este modo prefiguró a aquel que nacería de ella como Rey y Sumo Sacerdote. Sus padres eran ya ancianos y no tenían hijos, y por esto tenían vergüenza ante los hombres y humildad ante Dios. En su humildad, rogaban con lágrimas que Dios trajese gozo a su ancianidad con el don de un hijo, como antes había dado gozo a los ancianos Abraham y Sara, dándoles a su hijo Isaac. El Dios omnipotente y omnisciente les dio un gozo más allá de sus expectativas y sus sueños, pues les dio no sólo una hija, sino la Madre de Dios; los iluminó con gozo no sólo temporal, sino eterno. Dios les dio una sóla hija y un sólo nieto—¡pero qué hija, y qué nieto! María, llena de gracia, bendita entre las mujeres, templo del Espíritu Santo, altar del Dios vivo, mesa del pan vivo, arca del Santo de Dios, árbol del más delicioso fruto, gloria de la raza humana, alabanza de la mujer, fuente de virginidad y pureza—esta fue la hija dada por Dios a Joaquín y Ana. Nacida en Nazaret, fue llevada al Templo de Jerusalén a los tres años, de donde regresó a Nazaret, oyendo al poco tiempo el anuncio del Arcángel Gabriel acerca de nacimiento del Hijo de Dios, el Salvador del mundo, de su vientre puro y virginal.




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