El Primer Concilio Ecuménico decretó que el año eclesiástico debe comenzar el 1ro de septiembre. El mes de septiembre era para los judíos el comienzo del año civil (cfr. Éxodo 12:2), el mes de recoger la cosecha y de traer a Dios sacrificios de acción de gracias. Fue durante esta fiesta que el Señor Jesús entró en la sinagoga de Nazaret, y abriendo el rollo del Profeta Isaías, leyó: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (San Lucas 4:16-21; cfr. Isaías 61:1-2). Este mes de septiembre también es notable en la historia del cristianismo ya que fue en él que Constantino el Grande venció a Majencio, el enemigo de la fe cristiana, victoria que fue seguida por la concesión de libertad para confesar la fe cristiana a través del Imperio Romano. Por mucho tiempo, el año civil se calculaba del mismo modo que el año eclesiástico en el mundo cristiano, pero fue luego cambiado del 1ro de septiembre al 1ro de enero, primero en Europa occidental, y luego también en Rusia en tiempos de Pedro el Grande.




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