Floro y Lauro eran hermanos en la carne y en el espíritu. Ambos eran celosos cristianos y canteros de oficio residentes en Iliria. Un príncipe pagano los contrató para que construyeran un templo pagano. Ocurrió que mientras trabajaban, un pedazo de piedra voló, golpeando el ojo del hijo de un sacerdote pagano, que observaba la construcción con curiosidad. Viendo a su hijo ciego y sangrando, el sacerdote comenzó a gritarles a Floro y Lauro, y quería golpearlos. Entonces los santos hermanos le dijeron que si creyese en el Dios en quien ellos creían, su hijo sería sanado. El sacerdote prometió así hacerlo. Entonces, Floro y Lauro rogaron con lágrimas al único Dios vivo e hicieron la señal de la cruz sobre el ojo golpeado del niño. El niño fue sanado inmediatamente y su ojo quedó tal como estaba antes. Entonces el sacerdote, Merencio, y su hijo fueron bautizados, y ambos pronto sufrieron por Cristo en las llamas. Pero Floro y Lauro, al terminar el templo, colocaron una cruz sobre el mismo, y convocando a todos los cristianos, lo consagraron en el nombre del Señor Jesús con una vigilia de himnos. Oyendo esto, el gobernador de Iliria quemó a muchos de estos cristianos, y ordenó que Floro y Lauro fuesen arrojados vivos a un pozo, que fue entonces rellenado con tierra. Sus reliquias fueron luego descubiertas y trasladadas a Constantinopla. Estos dos maravillosos hermanos sufrieron por Cristo y fueron glorificados por Él en el siglo II.




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