Cuando le estaban llevando hacia su muerte -bajo la espada de Herodes Agripa (40-44 d.C.)- repentinamente se dirigió hacia el hombre que lo había traicionado. El difamador se llamaba Josías y era quien le había proporcionado a Herodes, el Gobernador romano que odiaba a los Cristianos, el falso testimonio de que el Apóstol Santiago estaba envuelto en una conspiración en contra de los romanos que ocupaban Palestina.
Debido a la traicionera evidencia, Santiago, el Discípulo Cristiano, fue condenado a la pena de muerte.
En el instante en que el condenado se alistaba para subir al cadalso sus ojos se encontraron con los de Josías – quien se encontraba llorando por la vergüenza de su traición a un hombre inocente. Incapaz de levantar la mirada el falso testigo imploraba por perdón. Entonces ocurrió una cosa extraordinaria... el santo que estaba a punto de morir tomó la mano de quien lo había traicionado, lo acercó hacia sí y la besó. “La paz y el perdón estén contigo” le dijo Santiago y un instante después ya estaba subiendo las escaleras de madera del cadalso, con paz en su corazón y su cuello desnudo y pronto para la espada.
Esto sucedió en el Año 44 de Nuestro Señor, en la Ciudad Santa de Jerusalén, en el que el Apóstol Santiago se dirigió hacia la muerte por causa del Santo Evangelio de Jesucristo. Tal como generaciones de cristianos lo han señalado, su acción final de perdón –a la misma sombra del cadalso– encaja perfectamente con su personalidad. Durante toda una vida de fidelidad a Dios Padre Todopoderoso y de valiente servicio a Su Hijo Santo, el Redentor, Santiago probaría una y otra vez que había acogido completamente el tema central y el más importante del Cristianismo:
Cristo ha venido a perdonar a los pecadores.
Nacido en Palestina como el hijo de un piadoso pescador llamado Zebedeo, Santiago fue también el amado hermano de Juan el Teólogo. Los tres eran hombres trabajadores, sencillos y bondadosos que cuando encontraron a Jesús predicando en la orilla del Mar de Galilea, mientras arreglaban sus redes, se conmovieron por su mensaje de amor y redención. Ellos dejaron lo que estaban haciendo y se Le unieron momentos después de haber escuchado esa promesa inolvidable: “Haré de ustedes pescadores de hombres.”
En los años que siguieron el bondadoso y leal Apóstol Santiago estaría muy cerca del Señor y tendría el privilegio de haber presenciado su transfiguración en el Monte Tabor así como el de haber escuchado Sus dramáticos lamentos en la Agonía en el Jardín de Getsemaní. Santiago y Juan amaban profundamente al Señor –y su afecto era recíproco por parte de Jesús, quien se refería a ellos frecuentemente como los Boanerges, o “Hijos del Trueno”, debido a su gran energía y profundo celo.
Luego de haber recibido el don del Espíritu Santo en Pentecostés, Santiago viajó hacia lugares muy lejanos (en España y algunas otras regiones) para ayudar a llevar la Buena Nueva de la Salvación a los paganos. Fueron años emocionantes en los que el joven y celoso Apóstol observaba como el mundo entero comenzaba a responder al mensaje del Redentor Santo. Pero cuando regresó a Palestina, alrededor del año 40, encontró un mundo bastante más oscuro que aquél que había dejado atrás.
En Jerusalén los ocupantes romanos habían comenzado a perseguir a los Cristianos con una ferocidad que se había ido incrementando... y los celos que los sacerdotes Judíos tenían por el poder se iban haciendo cada vez más grandes, al tiempo en que se incrementaba el número de fieles que se convertían a esta rápidamente creciente nueva religión, basada en el amor, el perdón y la esperanza. Por todo lugar en que se mirase en esos días, parecía que los sacerdotes de los antiguos Hebreos estaban cooperando mano a mano con los ocupantes, en un esfuerzo concertado, para arrestar a los evangelizadores Cristianos y destruir su nueva fe.
No pasó mucho tiempo antes de que los enemigos de Cristo pusieran su mirada sobre los esfuerzos del Apóstol Santiago. Día tras día buscarían discutir con él acerca de la enseñanzas de Jesús, las cuales ellos clamaban haber sido refutadas completamente por las Sagradas Escrituras y los Grandes Profetas del pasado. Cuando Santiago entró a debatir con ellos sobre algunos temas teológicos específicos, le ofrecieron un reto al cual se sintió obligado a participar. Ninguna persona podría refutar al famoso filósofo Hermógenes, le dijeron en palabras como estas. El probará que las enseñanzas de Jesús son un mensaje vacío lleno de mentiras –a menos, claro, que tengas miedo de discutir con él.
¿Cómo podría rehusarse a ello el celoso San Santiago? Pero cuando se presentó en el ampliamente difundido debate, se sorprendió al descubrir que el mago hechicero Hermógenes había enviado un substituto, un discípulo suyo, supremamente educado así como con grandes dones de oratoria: Felipe. Ambos procedieron inmediatamente a debatir, durante el cual el humilde Apóstol no refutó los trucos retóricos sobre los temas teológicos complicados, sino que simplemente habló con sinceridad y claridad de lo que había en su corazón.
Solamente podemos imaginar la sorpresa que debe de haber cundido ente la casta de los sacerdotes de barbas grises cuando Felipe anunció repentinamente que él había sido vencido por este hombre de corazón sencillo, hijo de un pescador, y que se convertiría en Cristiano. Atónitos por este resultado inesperado, el hábil y anciano Hermógenes decidió, el mismo, participar en la lucha verbal. Con toda seguridad un hombre con sus habilidades como hechicero podría vencer a este simple e ingenioso zelota en su discurso aprendido. Pero una vez más los observadores se quedaron completamente sorprendidos cuando luego de algunas horas de discusión vieron al anciano pensador completamente vencido y suplicando ser bautizado.
Para los celosos sacerdotes de la más antigua religión en Jerusalén el curso de los acontecimientos era completamente inaceptable. Tan pronto como pudieron enviaron mensajeros al Gobernador romano, Herodes Agripa; estos informantes prometieron ofrecer evidencia de que el sedicioso Santiago estaba comprometido en un complot en contra de Roma. Fue en ese entonces que el traicionero Josías se adelantó para difamar con sus mentiras al Apóstol. Sin embargo el mismo Josías se había conmovido por la honesta humildad y recta sinceridad de Santiago, durante el último juicio en Jerusalén, que se había arrepentido y profesado, por si mismo, su fe en Cristo –por lo que fue sentenciado a ser decapitado por su actitud desafiante a Herodes.
Debido a esta extraordinaria secuencia de eventos la lucha final entre los dos hombres tuvo rasgos de gran tensión y tristeza al mismo tiempo. Cuando Santiago - estando a los pies del cadalso- perdonó a quien lo traicionó, Josías entendió perfectamente que ese hombre estaba actuando con el mismo espíritu de Jesús, a quien le había jurado lealtad algunos años atrás mientras arreglaba sus redes de pesca en las playas de Galilea.
La vida y la muerte del Apóstol Santiago nos enseña acerca del cariño que los Apóstoles debieron haber sentido por Jesús mientras lo acompañaban día y noche en su labor misionera y lo ayudaron durante los días finales de Su arresto y crucifixión.
Cuando a Jesús le fue negada la entrada en un pueblo de Samaria, Santiago quiso que viniera fuego desde el cielo para destruir esa lugar. Sin embargo el Señor siempre se opuso a ese tipo de presiones referidas a una violencia vengativa. ¿La respuesta enojada de Santiago te suena como algo familiar –en situaciones donde nosotros mismos (o a los que nosotros amamos) somos discriminados? ¿Podríamos responder de la manera en que Jesús lo hizo? Su misión no era destruir sino salvar, traer amor y no odio.
Apolitiquio tono 3
Oh Santo Apóstol Santiago, intercede ante el Dios misericordioso para que El le conceda a nuestras almas el perdón por nuestras ofensas.
Condaquio tono 2
Oh glorioso Santiago; escuchaste la voz de tu Dios cuando te llamó; por esta razón fuiste escogido por el amor del padre, junto con Juan tú hermano con quien inmediatamente te acercaste a Cristo el Señor, y con él te fue concedido ver al Señor en su Transfiguración divina.