Teódoto era un cristiano devoto y caritativo, de cuya educación se había encargado una doncella llamada Tecusa. Teódoto ejercía el oficio de posadero, en Ancira de Galacia. Durante la persecución de Diocleciano, los cristianos de dicha provincia sufrieron lo indecible por parte de su cruel gobernador. Teódoto se atrevía a visitar a los prisioneros cristianos y quemaba los cadáveres de los mártires, a riesgo de su vida. Un día, cuando transportaba los restos de San Valente, que acababa de sacar del río Halis, encontró cerca de la población de Malus a varios cristianos que poco antes había recobrado la libertad, gracias a sus buenos oficios. Los cristianos se regocijaron mucho al verle y le invitaron a comer al aire libre con ellos y con un sacerdote de la localidad, llamado Fronto. Durante la conversación, Teódoto hizo notar que aquél era un sitio ideal para construir una capilla para las reliquias de los mártires. “Sí, replicó el sacerdote; pero para ello hace falta tener, primero, las reliquias.” “Construid la capilla, respondió Teódoto, que yo me encargo de conseguir las reliquias.” En prueba de la seriedad de su promesa, Teódoto dio su anillo al sacerdote.
Poco después, se celebró en Ancira la fiesta anual de Artemisa y Atenea, durante la cual se sumergían en el río las estatuas de esas diosas, en tanto que las jóvenes consagradas a su culto se bañaban a la vista del público. En la prisión de Ancira había entonces siete doncellas cristianas, entre las que se contaba Tecusa. Como no pudiese vencer su constancia, el gobernador ordenó que siguieran desnudas, en una carreta abierta, la procesión de las estatuas de las diosas y, si no consentían en revestir las túnicas y guirnaldas de las sacerdotisas, las condenaba a perecer ahogadas en el río. Como las doncellas se negasen, los verdugos les ataron al cuello grandes piedras y las arrojaron al río. Teódoto recogió los cuerpos de las mártires y les dio cristiana sepultura, una noche tempestuosa, en tanto que los guardias se protegían de la lluvia. Un apóstata denunció a Teódoto, el cual, después de sufrir atroces torturas, fue decapitado.
Precisamente el día del martirio de Teódoto, el sacerdote Fronto fue a Ancira con su asno a vender vino. Llegó ya de noche a la ciudad. Como las puertas estaban cerradas, aceptó gustosamente la invitación que le hicieron los soldados para pasar la noche en su campamento. En el curso de la conversación, se enteró de que los soldados estaban de guardia en el sitio donde se iba a quemar, al día siguiente, el cadáver de su amigo Teódoto. Inmediatamente les dio a beber de su vino hasta que perdieron el conocimiento; después puso en el dedo del difunto Teódoto el anillo que éste le había dado, colocó el cadáver sobre su asno y lo dejó en libertad, con la certeza de que el animal se dirigiría instintivamente a su casa. A la mañana siguiente se puso a dar voces para anunciar a todo el campamento que le habían robado su asno; así se libró de toda sospecha. Como lo había previsto, el asno transportó el cadáver a Malus, donde se edificó para las reliquias de San Teódoto la capilla que éste había proyectado construir.





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