Alrededor del año 310, un prefecto de Silicia llamado Máximo presidió un tribunal en el promontorio de Zefirio. El primero de los prisioneros que compareció ante él era un cristiano muy bien conocido en la región, que había sido detenido por su fe. Al pedírsele que diera sus pormenores, dijo llamarse Tatiano, a pesar de que todos sus conocidos le llamaban Dulas y, por cierto que era un dulos, (siervo), un verdadero siervo de Cristo. Como se negase a adorar a los dioses, el magistrado ordenó que fuese apaleado hasta que entrara en razón. Mientras se le administraba el castigo, profería alabanzas en alta voz, por habérsele concedido el privilegio de confesar el santo nombre de Cristo. Posteriormente fue sometido a un riguroso interrogatorio durante el cual, mantuvo el santo un alto espíritu de dignidad y entereza y no tuvo escrúpulos en denunciar a los dioses paganos como trozos de madera y de piedra trabajados por las manos del hombre. “¿Te atreves a decir que el gran dios Apolo es una obra de las manos del hombre?,” le preguntó el prefecto gravemente. Como respuesta, Dulas citó la fracasada persecución de Apolo a la bella Dafne y, con un marcado tono de ironía, preguntó cómo era posible que a un ser tan sensual y licencioso y además tan impotente, se le considerase como a un dios. Ante aquella salida, el juez, hondamente indignado, mandó que le azotaran en el vientre y le asaran luego en una parrilla. Pero ni aun aquellas horribles torturas doblegaron al confesor. Al otro día, cuando fue conducido de nuevo ante el tribunal, reanudó sus críticas a los dioses, y se castigó su osadía con el tormento de colocarle brasas sobre la cabeza y obligarle a sorber pimienta por la nariz. A pesar de que se negó a tocar los alimentos que habían sido previamente ofrecidos a los dioses, le metieron en la boca grandes porciones y le obligaron a tragar, de manera que casi se ahogaba. Inmediatamente después, se le colgó por los brazos y se desgarraron sus carnes con garfios de acero. Al otro día, Máximo debía regresar a Tarso y había dado órdenes para que todos los prisioneros cristianos, encadenados, fuesen llevados en la comitiva; pero Dulas, completamente agotado por sus sufrimientos, cayó muerto en cuanto la caravana se puso en marcha. Su cuerpo fue arrojado en una zanja y ahí lo descubrió poco después el perro de un pastor. Los cristianos rescataron las reliquias y les dieron honorable sepultura.
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